22 de diciembre de 2010

La Historia sin Fin: Mi Falkor de la suerte

Era una de esas tardes de sábado cargadas a la nostalgia. Luego de ver un documental sobre música afroamericana de los 70’s en el festival In-edit (Soul train, espero comentarlo en otro post), con mi novio nos propusimos aprovechar el impulso melancólico y cumplir una de nuestras tareas pendientes: ver otra vez La Historia sin Fin.

Sin muchas esperanzas, la buscamos en los estantes olvidados de una tienda de música, en el también olvidado Mall Panorámico. Ahí, perdidos entre comedias de los 80’s y DVD’s de autoayuda, Atreyu, Falkor y la Emperatriz sin nombre nos miraban fijo, como pidiendo que los rescatáramos del olvido…


Con misión cumplida y chal en mano nos instalamos a verla, mientras afuera una lluvia repentina y atemporal le regaló puntos extras al ambiente. Hay que reconocer que nuestro entusiasmo se mezclaba con un miedo solapado; lo que cuando niños nos había sorprendido, hoy podía resultar decepcionante, incluso para la risa. Y sí, hay cosas graciosas (como la imagen de Atreyu cortado y pegado sobre un fondo de nubes…). Pero por dios que es buena. Aun, doblada al español (no el ezpañol de ezpaña, sino que al acento “neutro” tipo Candy, que al lado del tono ibérico es música para los oídos).
La Historia sin Fin , es de esas películas “infantiles” que no podemos dejar morir en las fauces del desgano adulto.

Parten los créditos y uno ya empieza a hacer pucheros. Después la cosa se pone brava; así como que te supera la nostalgia: la mirada mecanizada y bonachona del perro-dragón-caballo de la suerte Falkor (¿qué era?); el jinete del “caracol veloz” (único actor de la película que luego prosperó en su carrera, alcanzando su máxima fama como Oompa Loompa en Charlie y la fábrica de chocolates); la tortuga Morla que “podría ser, pero no”; el encuentro en el espejo de Sebastian con el guapo de Atreyu (comentario que automáticamente me transforma en pedófila; acabo de notar que era un pre púber cuando la filmó); Artax, el caballo de Atreyu, hundiéndose en el pantano de la tristeza (para deshidratarse…)

 

Así como me embarga la emoción,  me adhiero a la postura planteada en la película, que no es tan descabellada como parece: los seres humanos somos capaces de arruinar cualquier realidad si nos ponemos graves. No creo que nadie quiera vivir tan apegado a la tierra; aquellos que lo proclaman (o aparentan), seguro tienen sus momentos de evasión y divagaje, esos dónde no existe vergüenza, orgullo, pudor o lógica. No importa el tipo de fantasía (ni tampoco la queremos conocer), lo importante es dejar que fluya. Y sobre todo, sin culpas.

 

Ambos cerebros detrás del filme, el escritor del libro Michael Ende (que, dicen, no quedó muy contento con el resultado final) y el director Wolfang Petersen (Troya y La Tormenta Perfecta), son alemanes. Y  la ausencia de la mano gringa que mece la cuna, se nota. Creo que la preocupación por el efectivismo y bombardeo de estímulos, da paso a una estética más oscura y artesanal, que prioriza los diálogos y las miradas de los personajes, antes que la credibilidad de sus efectos.

Como verán, se me hace especialmente dificil hacer un análisis objetivo y distante del filme en cuestión
Pero voy a hacer el último intento…

Quizás decir que el postulado de la película es bastante meloso y cliché (...sí, pero a todos nos hace bien un mensaje meloso de vez en cuando); que el final es predecible y demasiado feliz (…aunque es una película infantil, nada que ver traumar a los pobres peques…); que los "efectos especiales" son de dudosa calidad (bueno, se hizo en la década de los ochenta, igual se ve real el vuelo de Falkor…)

¿Vieron? …No puedo.

Como dije alguna vez, hay veces en que me la compro y me la creo. Si no, pregúntenle a mi Falkor de la suerte.



3 de diciembre de 2010

Red Social: Quiero tener un millón de amigos

Resucité. Después de un período de flojera cinematográfica-culpa de la escuálida cartelera nacional -divisé una luz al fin del túnel: Red Social. Partí a verla, con varias recomendaciones a cuestas y la desconfianza propia del exceso de flores. No solo la disfruté, sino que asumí de golpe mi verdad: soy la seguidora tipo de Facebook, sin facultad alguna para entrar en paranoia o hacer un juicio moralista respecto a su invasión de la privacidad. Quiera o no, la plataforma se ha transformado en un catalizador de mi ímpetu voyerista; alimentar mis ratos muertos con fotos ajenas se me ha hecho una costumbre peligrosamente habitual: analizo, juzgo, me río, fisgoneo e incluso alardeo de mi vida -o de los pedazos que quiero mostrar- publicando las mías. Un vil y vulgar “sapeo”. (Quien quiera sacarme de Facebook, hágalo ya)


Su creador Mark Zuckerberg, tan perno, huraño y despechado, marcó el inicio de un paradigma, creando una realidad paralela que está al borde de aniquilar la real. Por esos días, su invento es sinónimo de existir en la vida social: es enterarse de los cumpleaños que antes olvidabas, y cuantificar el cariño con los saludos y la efusividad recibida. Es alardear respecto a tu número de amigos, y sentir la puñalada de la indiferencia frente a una solicitud ignorada. Es acceso libre a la intimidad más pura de un conocido virtual, a quien apenas saludas cuando lo tienes al frente. Es la oportunidad de fragmentar tu realidad y elegir la cara que se te antoje mostrar.

 
Frente a mi hiperventilación habitual a la salida del cine, mi novio me dijo: “me gustó, pero hay que tener más cuidado con lo que declaras en una película”; Es cierto, esto del cine no es juego de niños, la gente se la compra (ok, la compramos) más de lo que deberíamos. Sino, pregúntenle a los que insultan a los actores que han hecho de villanos de teleseries en las calles ¿? Y Zuckerberg, sin duda, queda como villano.



No sé si el director, David Fincher (Club de la Pelea, Siete Pecados Capitales) quiso hacer un juicio moral sobre Facebook , o solo colgarse del fenómeno para asegurar interés. Creo que cuando se trata de arte, es más sano obviar el asunto moral (miren a Woody, Michael Jackson y un largo etc. de geniecillos de dudoso comportamiento) y enfocarse en la obra final .El cine, y todo arte, tienen la peligrosa facultad de escoger con pinzas los pedazos de realidad y –como ocurre en Facebook- reordenarla a su antojo. Pero seguro Zuckerberg tiene su lado amable y una legítima motivación para actuar como lo hizo. No le echemos tanta leña al sujeto; vimos solo una cara de la moneda.


Más allá de toda densidad, lo cierto es que me entretuve mucho. Y me mareé, pero de aquel mareo rico (no como el mareo que me produjo El Origen).Su modus operandi funciona bajo la misma lógica vertiginosa de las plataformas tipo Facebook y Twitter. La edición no te da ningún respiro; empiezas a captar e involucrarte en un conflicto cuando te instala en otro; estás metida en el presente y da un salto al pasado, linkea frases atemporales, une escenas e ideas a través de hipervínculos. No sé si me explico, no digamos que lo mío es el coa digital. Pero así es el filme, rápido, desechable y fascinante, como la vida virtual misma.

Eduardo, el socio despechado y su cara de pena en medio de la lluvia; debe ser una de las desilusiones “amorosas” que más me han afectado de la pantalla grande. Dan ganas de abrazarlo y decirle everything it’s gonna be just fine, como les gusta a los gringos. Y aunque me tire gente encima, Justin Timberlake también se luce. Me sorprendió el galán de cabello rizado y falsetes a lo Michael.

Y Mark. Es el multimillonario más joven del mundo, pero hizo su fortuna a través de un despecho que le quitó amor, amigos, y ahora, algo de su escasa popularidad. Quizás, la tan inflada venganza de los nerd no sea más que el nombre de una película…

Ya, me dio pena. Le voy a mandar una solicitud de amistad.