Antes de transformarse en “duros” de la pantalla, los actores Hugo Weaving (el malo de Matrix), Guy Pearce (Memento) y Terrence Stamp (La Amenaza Fantasma, Valkiria ) se pusieron en los zuecos de tres transformistas que, después de subirse a un bus enchulado que llaman Priscilla, cruzan el desierto para presentar su show al otro lado de Australia. Claro, arriba de Priscilla no importa que estén maquillados y llenos de lentejuelas; el problema es cuando se bajan del bus.
Frente a todos los prejuicios, insultos, escupos y ataques, ellos se mantienen dignos, porque están tan convencidos de lo que quieren ser, que nadie -menos una manga de cavernícolas- se los va impedir. (por cierto, los trajes y los números musicales son ex-tra-ordinarios)
Frente a todos los prejuicios, insultos, escupos y ataques, ellos se mantienen dignos, porque están tan convencidos de lo que quieren ser, que nadie -menos una manga de cavernícolas- se los va impedir. (por cierto, los trajes y los números musicales son ex-tra-ordinarios)
Bendito el día en que estas estrellas se atrevieron a dejar su masculinidad en pausa; temo que ya no lo harían, menos después de estar expuestos al yugo de Hollywood. Pero esa osadía los llevó, a mi parecer, a realizar las mejores actuaciones de su vida.
(¿Los reconoce?)
El director Stephan Elliot llenó de hormonas y colores el desierto australiano, pero no para contar una graaan historia, con diálogos brillantes y planos secuencias ambiciosos; simplemente para dejarse llevar por sus instintos, abusando de la música de ABBA y Gloria Gaynor e instalando imágenes que lo conmueven sin miedo a ser recargado, extravagante o incluso manierista. Está claro que ver a un travesti vestido de fucsia y plumas, con humo rosado y cantando Puccini sobre un bus en movimiento no es pan de cada día. Pero ene este caso la fastuosidad es tan deliberada, que cruza el límite de lo chabacano y da paso a la genialidad.
Un límite que muchos hemos querido cruzar con dignidad...
El director Stephan Elliot llenó de hormonas y colores el desierto australiano, pero no para contar una graaan historia, con diálogos brillantes y planos secuencias ambiciosos; simplemente para dejarse llevar por sus instintos, abusando de la música de ABBA y Gloria Gaynor e instalando imágenes que lo conmueven sin miedo a ser recargado, extravagante o incluso manierista. Está claro que ver a un travesti vestido de fucsia y plumas, con humo rosado y cantando Puccini sobre un bus en movimiento no es pan de cada día. Pero ene este caso la fastuosidad es tan deliberada, que cruza el límite de lo chabacano y da paso a la genialidad.
Un límite que muchos hemos querido cruzar con dignidad...
Por si acaso, voy a pensar en un nombre artístico.