18 de octubre de 2016

MANIFIESTO

Pasa en las películas, pasa en la vida real. Es cierto, la ficción se nutre de la realidad y viceversa ; pero cuando un día notas que a veces se te hace complejo diferenciarlas, entonces empiezas a preocuparte por tu sanidad mental…
O te entregas por completo a la evasión de la realidad, o te haces cargo y enfrentas tu condición soñadora, creando un mundo legítimo dónde la locura y el ego tengan cabida. Para eso creé este espacio, para volcar sin tapujos todas esas obsesiones producto del excesivo protagonismo que el cine ha tenido en mi vida; sin límites de horarios ni censura. Y para todo espectador

La sobredosis de imágenes, encuentros y desencuentros, féminas idolatradas, galanes ensalzados y bandas sonoras que he consumido en mi vida hace que el día a día  pase frente a mis ojos como una película: los recuerdos de esas escenas me motivan, me frenan, me condicionan y definen lo que soy y quiero ser. Y aún sabiendo que la imaginación de los guionistas a veces es tan ilusa como fértil, igual nomás. Me la creo, y me lo creo.


Cine, escritura y ego: los tres confluyen en este espacio de ideas, sueños y desahogos, donde puedo hacer justicia conmigo y con mis pasiones, además de tener la esperanza de que alguien lo lea con interés…porque si les digo que no espero comentarios, mentiría…OJALÁ se llene de posteos, me lluevan las flores, se produzcan discusiones acaloradas, se caiga el sitio y me ofrezcan recopilarlo en un libro. Pero, bajando las revoluciones, me contento con saber que lo leyeron.
Porque aunque su intención no es ser un espacio de crítica, sí puede servir como referencia para comentar, ver o dejar de ver una película...de verdad, me encantaría...

¡Ya! No más voces externas-o internas- diciendo “!Paula, tu vida no es una película”! Llegó la hora de aterrizar en la dura realidad. O de seguir arriba de las nubes cinéfilas, aunque sólo sea en un mundo virtual.



13 de octubre de 2016

Il mio film italiano


Una giornata particolare ho lasciato il mio paese natio. Cercavo un nuovo palcoscenico che mi permettesse di stravolgere il copione della mia vita; rimanere in Cile significava conoscere già, più meno, il finale. Attraverso il mio percorso europeo, ho vissuto la bellezza e anche il disprezzo della Francia, ho dato uno sguardo alle vite degli altri in Germania e al bianco e rosso della Polonia di Kieslowski. Tutti colori di uno stesso continente, contraddittorio e affascinante.


Il colpo di fulmine però è arrivato in Italia, dove ho voluto fermarmi e vivere il mio film
italiano. Quell'Italia del poliziotto dai baffi sottili e sguardo alla Clark Gable, che nel'angolo del mercato gioca più a fare il galante che il protettore dell’ordine pubblico. Quello dei “buongiorno principessa”“la piazza è mia” e “Marcello, Marcello”, di Totò perso a Milano, di Monica Vitti persa a Ravenna, di Anna Magnani che affronta il dopo guerra, di Sophia Loren che diventa mito. Quell’Italia che Fellini interpretò in chiave onirica, Visconti come una borghesia in declino, De Sica come una società che soffre, Benigni come un popolo che ha bisogno, imperiosamente, di ridere di se stesso.




Con momenti di “dolce far niente” e alte dosi di pasta e gelato, il mio film italiano è ambientato in una terra bellissima, viscerale e piena di colori, dove sono a mio agio perché tutti parlano con le mani. È costruito anche di momenti grigi, nostalgia, sconforto e incertezza, ma soprattutto è un racconto pieno di realismo magico, con villaggi di favola, maghi e maghe, incontri mitologici, uomini e donne con le ali enormi. 


Scrivere, come il cinema, è un’arte selettiva; per quello, scelgo di mostrare il pezzo felice del mio
film italiano, sapendo che questa terra è tantissimo di più che stereotipi, colline con cipressi e piaceri culinari. Questa volta, non voglio parlare della crisi, della nostalgia per la prosperità del passato, sui soliti sospetti che hanno questo fantastico paese nelle loro mani. Questa volta voglio coprire il Sole toscano con un dito, essere come Bjork nel film “Dancer in the dark” e affrontare il giorno come se fosse un musical, rifugiarmi nei cliché e volare nel “blu dipinto di blu” di Domenico Modugno, dove le condizioni della vita reale non riescono a oscurare l’eterna bellezza che l’Italia non perderà mai.

Perché il mio film italiano mi ha fatto vedere la Grande Bellezza, quella che non si trova nella bocca degli esperti ma nei protagonisti della mia storia: i miei amici italiani. Quelle persone reali ma con anime mitologiche, che per una felice coincidenza si sono intrecciate alla mia avventura, facendomi sentire sempre a casa, e diventando allo stesso tempo, la mia famiglia. Loro fanno parte di un copione che sto ancora scrivendo, e con la loro semplicità e dolcezza infinita rendono più facile ogni passo del cammino. Non importa se non vengono da un film di Visconti o Fellini, per me sono tutte stelle, che brillano di luce propria, che hanno fatto del mio film italiano il più bello, emozionante e reale di tutti. Uno che spero sia soltanto all’inizio.



15 de septiembre de 2016

Mi película italiana

Una jornada particular dejé mi país natal. Buscaba un nuevo escenario que me permitiera poner de cabeza el guión de mi vida: quedarse significaba conocer ya, más o menos, el final. Esta aventura, como todas, ha tenido de dulce y de agraz: viví la belleza y El desprecio de Francia, eché un vistazo a La vida de los otros en Alemania, me subí a esos Tacones lejanos de la movida madrileña y vi el Blanco y el Rojo de la Polonia de Kieslowski. Todos colores de un mismo continente, contradictorio y fascinante. 

Pero el enamoramiento definitivo vino en Italia, donde desde hace dos años estoy viviendo mi propia película italiana. La de la viejita vestida de negro que ve pasar el día sentada en la vereda, murmurando una plegaria en un dialecto casi extinto; la de la ropa que cuelga por las ventanas, orgullosa como el más solemne estandarte, sin ánimo de secarse nunca. La de la vespa que pasa al filo de la vereda, ruidosa, insolente e irremediablemente glamorosa. La del policía con bigote fino y mirada de Clark Gable, que en la esquina de un mercado juega más al galán que al protector del orden público. La de los buongiorno principessa, la piazza è mia e Marcello, Marcello!, la de Totò perdido en Milano, la de Monica Vitti perdida en Ravenna, la de Anna Magnani encarando la post guerra, la de Sophia Loren transformándose en mito. Esa Italia que Fellini interpretó con notas oníricas, Visconti como una burguesía en decadencia, De Sica como la crítica a una sociedad dolida, Benigni como un pueblo que necesita, imperiosamente, reírse de sí mismo.



Con momentos de dolce far niente y altas dosis de pasta y gelato, mi película italiana está ambientada en una tierra visceral y colorida donde me siento parte porque todos son intensos y hablan con las manos, que me hace sentir importante, pero a la vez un pestañeo en un segundo de Historia, y donde se hace imposible abarcar tanta belleza. Se ha construido también de notas grises, añoranza de mi gente, renuncias, desencuentros e incertidumbre. Pero, por sobretodo, ha sido un relato lleno de realismo mágico, con pueblos encantados, magos y magas, sincronías cósmicas, encuentros mitológicos, hombres y mujeres con unas alas enormes, al lado de un co- protagonista que es además el mejor compañero de viaje, y que en sus infinitos roles ha sabido ser héroe, galán, maestro, amigo y príncipe azul.





Escribir, como el cine, es un arte selectivo; por eso, me tomo la libertad de mostrar el fragmento feliz de mi película italiana, sabiendo que esta tierra es muchísimo más que estereotipos, colinas con cipreses, y placeres culinarios. Tanto más, que ni siquiera podría abarcarlo. Esta vez, no quiero detenerme en la crisis, en la añoranza de la prosperidad de antaño, en los sospechosos de siempre que tienen el país en sus manos. Esta vez quiero tapar el sol de la Toscana con un dedo, ser un poco Bjork en Bailarina en la Oscuridad y enfrentar el día como un musical, refugiarme en los clichés y volar en el blu dipinto di blu de Domenico Modugno, donde las circunstancias de la vida real no logran opacar esa eterna belleza, de la que Italia jamás podrá ser despojada.


Porque ante todo, mi película italiana me ha permitido ver de cerca la Grande Bellezza, de esa que se habla en los libros de Arte, en las canciones populares, en los clásicos del cine. La gran belleza, para mí, está en los protagonistas de la historia: mis amigos italianos. Esas personas reales con almas mitológicas, que por una alegre coincidencia se cruzaron en mi aventura, haciéndome sentir en casa y transformándose a su vez en mi familia. Ellos son parte de un guión que todavía se escribe, y con su naturalidad y dulzura infinita hacen llevadero cada paso del camino. Aunque no vengan de un film de Visconti o Fellini, para mí son todos estrellas, que brillan con luz propia, que han hecho de mi película italiana la más linda, emocionante y real de todas. Esa que, espero, esté recién comenzando.