Convengamos que todas nos hemos enamorado de un varón tamaño gigante (…mal pensados nomás…) Recuerdo una película de Woody Allen que aunque no es de las mejores, sí es de mis regalonas: La Rosa Púrpura del Cairo. Ahí, Mia Farrow es una tímida jovenzuela que va al cine una y otra vez a ver su película favorita, porque está secretamente enamorada del protagonista. La cosa se pone buena cuando el galán en cuestión le echa el ojo y, así como si nada, sale de la pantalla para comenzar un fogoso romance con la emocionada espectadora. Después todo se complica porque claro, es de Woody Allen, lo que conlleva una serie de rollos existenciales que hacen que el romance no se la lleve gratis. Pero igual se agradece el gesto.
Flaco favor le han hecho los galanes de la pantalla a los varones de la vida real. Salvo honrosas excepciones (ejem!), por estos lados de la realidad escasean los machos arrebatados y verborreicos, capaces de colarse en un aeropuerto, correr sobre autos en un taco o incluso pararse con una transistor gigante afuera de tu ventana sin miedo ni verguenza...(Say anything)
Para perjuicio del macho carne y hueso, son demasiados quienes se han paseado por la pantalla grande derrochando hormonas, frases para el bronce y buenas intenciones, con la confianza y desfachatez de aquel que sabe que no importa lo que haga, “everything it’s gonna be just fine, baby”...
A través de la comedia romántica y todos sus derivados, se han perfilado 2 tipos de galanes: el guapo mujeriego, cínico y patán, que un buen día conoce a la pajarilla que lo guiará hacia el maravilloso mundo de la monogamia, mientras redime su rol de villano y muestra que en el fondo, todos los americanos son dulces: Hug Jakcman, Mathew McConegy, Jude Law y todos los de su especie.
Ahora último, ha surgido en mi universo personal un nuevo tipo de galán: el que luce su lado femenino, se enamora como nena en camisón y asume sin tapujos su condición sexual. Ejemplos: Heath Ledger y Jake Gyllhengal en Secreto en la Montaña; mientras rodaban por los prados con sus camisas escocesas, yo sólo pensaba en que no sabría por cuál decidirme. Por otro lado, mi idilio unilateral con James Franco nació luego de verlo en Milk, enamorado de Sean Penn y marchando por los derechos homosexuales. Incluso Ewan McGregor ganó puntos en
I love you Phillip Morris , con cabellera oxigenada y coqueteando con Jim Carrey (es muy buena y ahora está en cartelera, pero bajo el soberanamente estúpido nombre de Una Pareja dispareja)
¿Los tiempos del macho alfa estarán llegando al ocaso? ¿Tendrán los recios que bajar la guardia?
Sea cual sea su tipología, estos personajes siempre se las ingenian para hacernos tilín. Intuyo que su atractivo se debe al halo de confianza que los envuelve; no necesitan dar explicaciones ni reforzar la seguridad en sí mismos de formas ridículas, porque como espectadoras sabemos que están ahí para triunfar, protagonizar un final feliz y comer perdiz. Las decepciones o caídas posteriores, nunca las sabremos. El cine, como arte fantástico por excelencia, se encargará de perpetuar el idilio y esconder para siempre los avatares propios de la vida real...