31 de enero de 2012

"Melancholia" (Lars von Trier, 2011): De otro planeta

(Publicada en El Dínamo , martes 31 de enero, 2012 )


Ad portas de la 84°entrega de los premios Oscar, quiero hacer un salud por uno de las estrellas marginadas: Lars von Trier. Aquel danés dogmático, de mirada ruda y aire perverso, cuyo cine otrora despertara en mi instintos casi suicidas, me hizo recuperar la fe en el cine y en mi misma. Una muy querida amiga me recomendó su última película, Melancholía (2011), cuando yo empezaba a temer que nada podría devolverme las ganas de escribir.  Al escuchar aquel apellido compuesto, se me vinieron de golpe a la cabeza Bailarina en la oscuridadDogville, dos de las películas más inquietantes que he visto en mi vida. No soy muy conocedora de su cine, pero intuía no estar preparada para verlo trapear el suelo con Kirsten Dunst -la heroína de turno- al igual que lo hizo con las pobres Bjork y Nicole Kidman. 

La confianza en mi querida amiga me ayudó a superar ese miedo, y a emprender el desafío de verla un sábado a las 23:30 de la noche sin terminar babeando el sillón. Ahí estaba Melancholía, esperándome en Santa Cuevana. Dos horas después, no sólo seguía despierta, sino que incorporada en el asiento, balanceándome sobre los brazos y con el colon al borde del colapso.

Es que el tema del fin del mundo, por estos días, nos tiene tiritones a todos. Y el que diga que no, mentiroso nomás. Que levante la mano quién no ha pensado donde estará, qué hará aquel último día (y con quién) o si la hecatombe lo pillará confesado. En medio de tal paranoia, se agradece una reflexión sobre el tema como la que hace Lars von Trier en Melancholia: sugerente, pausada, trágicamente sublime. Sin héroes kamikazes, rascacielos caídos ni presidentes dando discursos maqueteados.  Ideal para tomarse con calma esto del apocalipsis.


Porque en el universo de Melancholía no hay cabida para accesorios ni 
escenas de relleno; el hecho es que un planeta homónimo se acerca peligrosamente a la tierra, y no hay nada por hacer para evitarlo. Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg), dos hermanas muy distintas pero dependientes entre sí, se enfrentan a lo que viene: Claire se refugia en lo seguro, en su marido millonario y escéptico, en su mansión en la campiña inglesa, en su hijo que -como todos los niños- es el que más clara la tiene. Mientras, Justine hace un último intento por encajar en una realidad que jamás ha entendido, sólo para descubrir que ahora le hace menos sentido que nunca.

El día del matrimonio de Justine, confluyen en la mansión de Claire todos quienes orbitan a su alrededor; la madre lejana, el padre infantil, el novio ignorado. Y mientras la ceremonia intenta a duras penas seguir su curso, Melancholia ronda la tierra como la más ingrata de las visitas, despertando en Justine esa ansiedad de reconocer el fin inevitable.




Melancholia es de esas películas que te incomodan, te sacuden y hacen lo que quieren contigo. No hay ninguna llamada, imprevisto o necesidad biológica que amerite poner pausa. Una vez que entraste en su atmósfera, ahí quedaste. Mientras la cámara se inmiscuye en la angustia de las protagonistas, te invade una cierta melancolía por algo ya olvidado, pero que siempre ha estado ahí, acechándonos como el más gigante de los planetas; por aquellos tiempos en que teníamos más claridad de lo pequeños y frágiles que somos; por saber que la naturaleza ganará ésta y todas las partidas y que, paradójicamente, su victoria nos hará sonreír.

Melancholia se desvió camino a Chile. Las desafortunadas declaraciones del director respecto al nazismo en una conferencia de prensa en Cannes (“yo entiendo a Hitler” fue lo más suavecito), suspendieron su distribución en Sudamérica. Pero si tenemos suerte y los planetas se alinean, puede que este año llegue a Chile en dvd, o incluso que la encontremos en alguna sala de cine, perdida en el olvido. Así que atentos, porque este tipo de películas son como el cometa Halley. Y si pestañamos, puede pasar de largo.