Al igual que otros grandes, Henry Fonda siempre evitó verse en pantalla y jamás asistía al cine a ver sus películas. Sin embargo, frente al estreno de su rol protagónico en Doce hombres en pugna, decidió encararse a sí mismo en la penumbra por sólo 10 minutos. Se quedó más de una hora. Cuando quedaba poco para el final, el actor se levantó, se acercó al director y le dijo: “Sidney, es simplemente magnífica”. Luego, abandonó la sala en silencio. La sensación de encierro era algo que Fonda detestaba, pero fue lo que Lumet trató de acentuar al máximo en su obra culmine. Doce hombres en pugna había sido concebida para el teatro, y su génesis estaba en los ambientes cerrados, en la unicidad del espacio, en la sobriedad de la forma a favor de la riqueza del fondo. Lejos de encandilarse con las posibilidades del cine como arte en movimiento, Lumet se empeñó en respetar esa génesis, la pintó de blanco y negro, y se cobijó en el poder de la palabra sencilla que puede doblegar cualquier argumento de apariencia irrompible.
En el “día más caluroso del año”, doce miembros de un jurado deben decidir si el acusado en cuestión- un joven latino de 18 años- es culpable o no de asesinar a su padre. En un principio, su importancia solo radica en ser las piezas correctas de un engranaje que debe funcionar rápido y fácil; pero cuando la razón se diluye entre las emociones, la humanidad se cuela en el ambiente. Mientras los hombres entran en pugna entre ellos y consigo mismos, la cámara se interna en el mundo del juicio como un infiltrado silente, los recorre cauta, lejana, subrayando una distancia intencional que permite que los acontecimientos se desarrollen sin su interferencia. Entonces, se encapricha con cierta expresión y clava un primer plano en el rostro del jurado 8 (Henry Fonda), el único de los doce que pone en tela de juicio la culpabilidad del acusado.
Para él, la duda razonable es más fuerte que la premura por alcanzar la coherencia, y nace desde el sentimiento; he ahí su paradoja, pero también su valor. Su sospecha se despierta producto de la simpleza y pulcritud que lo rodea, de la indolencia racional de sus compañeros, de la incomodidad que causa el tener que decidir el destino de una vida en cinco minutos; en especial al ver que esa vida depende de la alineación conciente de los argumentos hacia la postura conveniente. Y que la que en un principio se considera “verdad”, se acerca peligrosamente a la verdad que cada cuál quiere ver.
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ResponderEliminarDeben haber muchos remakes, la última puede que sea "12" de Mikhalkov Nikita.
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