Cuatro minutos. Ese es el tiempo que Woody Allen se toma al inicio de su última película, para mostrar imágenes de Paris y despertar la envidia general de los presentes. Una eternidad, para aquel que espera un comienzo rimbombante y con guiños a la historia que se viene. Un lujo justificado, para los que le perdonamos todo a Woody. Porque aunque los años de la genialidad de Annie Hall y Zelig se estén transformando en un recuerdo cada vez más borroso, yo siempre lo he querido al viejo ese. Ingrato por lo demás. Y feo. Y mañoso. Pero tan genial, que aunque uno se encuentre con chascarros como Scoop en el camino y se amurre por un rato, la tontera se quita rápido, y partes a ver la próxima con la esperanza de algo mejor. Porque cuando tu amor por el neoyorkino es genuino, no te frena el miedo a la decepción; ni siquiera la amenaza del desencanto definitivo.
Debo confesar que me senté a ver Midnight in París con cierta desconfianza, pensando que en la última parada de “Woody on tour” me iba a encontrar con algo tipo Vicky Cristina Barcelona o Conocerás al hombre de tus sueños, a la francesa. Películas simpáticas, con destellos de genialidad, pero no fascinantes (fascinantes a lo Annie Hall.) Ahora, se avistaban actores más rubios y bronceados, locaciones más glamorosas e ingredientes extras como la aparición de Carla Bruni (y los supuestos celos de Sarkozy a Allen. Plop). Por separado, todos elementos atractivos. Más no garantes de la genialidad de antaño.
Pero… ¡A-leluya! (y ahora paso a dirigirme al propio director) La hiciste de nuevo, viejo querido. Woody is back. Te las mandaste con el bendito filme. A estas alturas, no me importa exagerar o incluso mandarme un Solabarrieta y decir: ¡Sí, estoy llorando, y qué! Es que lograste lo imposible: me devolviste la esperanza en un cine mejor. Lo que en mi caso, es igual a una vida más feliz.
Mientras sonreía al ver a Gil (Owen Wilson), tu versión rubia y esbelta, subir escaleras por París –claro, tú ya no estás para esos trotes- me acordé de mi querida “La rosa púrpura del Cairo”, cuando Mia Farrow ve incrédula como su galán sale de la pantalla para rescatarla de la vida real. Algo tienes con el pasado, hace tiempo te saqué la foto. Te gusta la onda en sepia, el olor a naftalina (nada personal…), el bigotillo escueto y ese halo de inocencia que parecen tener los que vivieron en tiempos más “simples”, ingenuidad que hoy se nos hace casi inconcebible. Pero, entérate, no eres el único fascinado con esos días; somos muchos los que alucinamos con lo clásico, que preferimos la música de antaño, que aún no somos viejos pero le encontramos sentido a la frase “todo tiempo pasado fue mejor”. Quién sabe si más feliz. Pero ante nuestros ojos, más especial.
“¡Ustedes son los surrealistas, no yo! “, le dice un desconcertado Gil a Dali y Buñuel en una de las mejores líneas que he visto en el cine. Y como tampoco soy surrealista, debo confesar que a ratos tu propuesta me pareció exacerbada: Hemingway, Scot Fitzgerald, Dali, Buñuel, Picasso, Cole Porter. Todos en la misma fiesta. Todos de buen humor. Todos con ganas de conversar. Dónde se ha visto. Ni en los mismos años 20. Pero al final, poco me importa. El gusto de ver la cara de sorpresa de Gil, sus caminatas nocturnas por París, sus conversaciones con Hemingway, su coqueteo pueril con la llamada “groupie del arte” Adriana (Marion Cotillard)…eso, no me lo quita nadie.
No se puede tener nostalgia de lo no vivido, pero intuyo que sí es posible añorar lo imaginado; tal vez, la idealización del pasado tenga que ver con esa infundada certeza de creer que antes todo era más sencillo. Aunque sepamos que no es tal, que lo que hoy nos parece simple quizás antes se nos habría hecho un mundo…pasan los años, y la vida se hace más compleja. Pero la capacidad de aguante, también.
Lo cierto es que mientras tratamos de sobrellevar el presente y sus ratos de monotonía, la memoria de lo que no fuimos, puede transformarse en una bocanada de aire fresco. El cine, de cierta forma, se trata de eso, de ser otro, de vivir un pedazo de tu mundo soñado. En este caso, Woody, yo coincido con el tuyo.
NO PIERDAS NUNCA, LA PASION .
ResponderEliminarTU ERES GENIAL.
JUSACA
encontre este espacio pa' escribir, los cines de bario fueron lugares potentes, lee a Pedro Lemebel en "Tengo Miedo Torero" y encontraráspasajes dedicados a cines perifericos, maldito y lugrubes...
ResponderEliminarEl ultimo párrafo de tu columna me emocionó hasta las lagrimas. Lograste describir lo que siento cuando veo películas y como sanan mi alma más que cualquier ravotril o flor de bach.
ResponderEliminarTe felicito por lo que escribes.
Un beso y un saludo gigante!
(si quieres le hechas un vistazo a mi humilde sitio jaja)
Me pasó lo mismo! también me acordé de la Rosa Púrpura del Cairo. Sólo no me gustó Owen Wilson, pero es perdonable...
ResponderEliminarSaludos!