22 de diciembre de 2010

La Historia sin Fin: Mi Falkor de la suerte

Era una de esas tardes de sábado cargadas a la nostalgia. Luego de ver un documental sobre música afroamericana de los 70’s en el festival In-edit (Soul train, espero comentarlo en otro post), con mi novio nos propusimos aprovechar el impulso melancólico y cumplir una de nuestras tareas pendientes: ver otra vez La Historia sin Fin.

Sin muchas esperanzas, la buscamos en los estantes olvidados de una tienda de música, en el también olvidado Mall Panorámico. Ahí, perdidos entre comedias de los 80’s y DVD’s de autoayuda, Atreyu, Falkor y la Emperatriz sin nombre nos miraban fijo, como pidiendo que los rescatáramos del olvido…


Con misión cumplida y chal en mano nos instalamos a verla, mientras afuera una lluvia repentina y atemporal le regaló puntos extras al ambiente. Hay que reconocer que nuestro entusiasmo se mezclaba con un miedo solapado; lo que cuando niños nos había sorprendido, hoy podía resultar decepcionante, incluso para la risa. Y sí, hay cosas graciosas (como la imagen de Atreyu cortado y pegado sobre un fondo de nubes…). Pero por dios que es buena. Aun, doblada al español (no el ezpañol de ezpaña, sino que al acento “neutro” tipo Candy, que al lado del tono ibérico es música para los oídos).
La Historia sin Fin , es de esas películas “infantiles” que no podemos dejar morir en las fauces del desgano adulto.

Parten los créditos y uno ya empieza a hacer pucheros. Después la cosa se pone brava; así como que te supera la nostalgia: la mirada mecanizada y bonachona del perro-dragón-caballo de la suerte Falkor (¿qué era?); el jinete del “caracol veloz” (único actor de la película que luego prosperó en su carrera, alcanzando su máxima fama como Oompa Loompa en Charlie y la fábrica de chocolates); la tortuga Morla que “podría ser, pero no”; el encuentro en el espejo de Sebastian con el guapo de Atreyu (comentario que automáticamente me transforma en pedófila; acabo de notar que era un pre púber cuando la filmó); Artax, el caballo de Atreyu, hundiéndose en el pantano de la tristeza (para deshidratarse…)

 

Así como me embarga la emoción,  me adhiero a la postura planteada en la película, que no es tan descabellada como parece: los seres humanos somos capaces de arruinar cualquier realidad si nos ponemos graves. No creo que nadie quiera vivir tan apegado a la tierra; aquellos que lo proclaman (o aparentan), seguro tienen sus momentos de evasión y divagaje, esos dónde no existe vergüenza, orgullo, pudor o lógica. No importa el tipo de fantasía (ni tampoco la queremos conocer), lo importante es dejar que fluya. Y sobre todo, sin culpas.

 

Ambos cerebros detrás del filme, el escritor del libro Michael Ende (que, dicen, no quedó muy contento con el resultado final) y el director Wolfang Petersen (Troya y La Tormenta Perfecta), son alemanes. Y  la ausencia de la mano gringa que mece la cuna, se nota. Creo que la preocupación por el efectivismo y bombardeo de estímulos, da paso a una estética más oscura y artesanal, que prioriza los diálogos y las miradas de los personajes, antes que la credibilidad de sus efectos.

Como verán, se me hace especialmente dificil hacer un análisis objetivo y distante del filme en cuestión
Pero voy a hacer el último intento…

Quizás decir que el postulado de la película es bastante meloso y cliché (...sí, pero a todos nos hace bien un mensaje meloso de vez en cuando); que el final es predecible y demasiado feliz (…aunque es una película infantil, nada que ver traumar a los pobres peques…); que los "efectos especiales" son de dudosa calidad (bueno, se hizo en la década de los ochenta, igual se ve real el vuelo de Falkor…)

¿Vieron? …No puedo.

Como dije alguna vez, hay veces en que me la compro y me la creo. Si no, pregúntenle a mi Falkor de la suerte.



3 de diciembre de 2010

Red Social: Quiero tener un millón de amigos

Resucité. Después de un período de flojera cinematográfica-culpa de la escuálida cartelera nacional -divisé una luz al fin del túnel: Red Social. Partí a verla, con varias recomendaciones a cuestas y la desconfianza propia del exceso de flores. No solo la disfruté, sino que asumí de golpe mi verdad: soy la seguidora tipo de Facebook, sin facultad alguna para entrar en paranoia o hacer un juicio moralista respecto a su invasión de la privacidad. Quiera o no, la plataforma se ha transformado en un catalizador de mi ímpetu voyerista; alimentar mis ratos muertos con fotos ajenas se me ha hecho una costumbre peligrosamente habitual: analizo, juzgo, me río, fisgoneo e incluso alardeo de mi vida -o de los pedazos que quiero mostrar- publicando las mías. Un vil y vulgar “sapeo”. (Quien quiera sacarme de Facebook, hágalo ya)


Su creador Mark Zuckerberg, tan perno, huraño y despechado, marcó el inicio de un paradigma, creando una realidad paralela que está al borde de aniquilar la real. Por esos días, su invento es sinónimo de existir en la vida social: es enterarse de los cumpleaños que antes olvidabas, y cuantificar el cariño con los saludos y la efusividad recibida. Es alardear respecto a tu número de amigos, y sentir la puñalada de la indiferencia frente a una solicitud ignorada. Es acceso libre a la intimidad más pura de un conocido virtual, a quien apenas saludas cuando lo tienes al frente. Es la oportunidad de fragmentar tu realidad y elegir la cara que se te antoje mostrar.

 
Frente a mi hiperventilación habitual a la salida del cine, mi novio me dijo: “me gustó, pero hay que tener más cuidado con lo que declaras en una película”; Es cierto, esto del cine no es juego de niños, la gente se la compra (ok, la compramos) más de lo que deberíamos. Sino, pregúntenle a los que insultan a los actores que han hecho de villanos de teleseries en las calles ¿? Y Zuckerberg, sin duda, queda como villano.



No sé si el director, David Fincher (Club de la Pelea, Siete Pecados Capitales) quiso hacer un juicio moral sobre Facebook , o solo colgarse del fenómeno para asegurar interés. Creo que cuando se trata de arte, es más sano obviar el asunto moral (miren a Woody, Michael Jackson y un largo etc. de geniecillos de dudoso comportamiento) y enfocarse en la obra final .El cine, y todo arte, tienen la peligrosa facultad de escoger con pinzas los pedazos de realidad y –como ocurre en Facebook- reordenarla a su antojo. Pero seguro Zuckerberg tiene su lado amable y una legítima motivación para actuar como lo hizo. No le echemos tanta leña al sujeto; vimos solo una cara de la moneda.


Más allá de toda densidad, lo cierto es que me entretuve mucho. Y me mareé, pero de aquel mareo rico (no como el mareo que me produjo El Origen).Su modus operandi funciona bajo la misma lógica vertiginosa de las plataformas tipo Facebook y Twitter. La edición no te da ningún respiro; empiezas a captar e involucrarte en un conflicto cuando te instala en otro; estás metida en el presente y da un salto al pasado, linkea frases atemporales, une escenas e ideas a través de hipervínculos. No sé si me explico, no digamos que lo mío es el coa digital. Pero así es el filme, rápido, desechable y fascinante, como la vida virtual misma.

Eduardo, el socio despechado y su cara de pena en medio de la lluvia; debe ser una de las desilusiones “amorosas” que más me han afectado de la pantalla grande. Dan ganas de abrazarlo y decirle everything it’s gonna be just fine, como les gusta a los gringos. Y aunque me tire gente encima, Justin Timberlake también se luce. Me sorprendió el galán de cabello rizado y falsetes a lo Michael.

Y Mark. Es el multimillonario más joven del mundo, pero hizo su fortuna a través de un despecho que le quitó amor, amigos, y ahora, algo de su escasa popularidad. Quizás, la tan inflada venganza de los nerd no sea más que el nombre de una película…

Ya, me dio pena. Le voy a mandar una solicitud de amistad.

8 de octubre de 2010

Priscilla, la reina del desierto: I will survive

Cuando pajarita, estaba segura de que algún día me transformaría en bailarina o actriz de Hollywood. Tenía a todas mis compañeritas del colegio convencidas, e incluso ya contaba con una potencial manager. Esta afirmación no salía sólo de mi fructífera imaginación, sino que era alimentada sin piedad por mis cercanos, quienes celebraban con desmedido entusiasmo mi verborrea precoz, mi histrionismo y mi afán por vivir o disfrazada o inventándome dramas (sólo conservo lo segundo, además de un tema con el ego que aún me estoy tratando…) El tiempo y la dura realidad me pusieron los pies en la tierra. Pero ver películas como Priscilla, la reina del desierto (Australia, 1994) despierta esa parte de mí que aún quiere ser showoman; con maquillaje chabacano, fono mímica, canciones olvidadas de los ochenta y pasos de baile indignos (aclaro, no me refiero a trabajar en un Night &Day. Ojo con los que saben qué son...) Lo mío va por esconderme detrás de esa exacerbación legitimada y dar rienda suelta al glamour que corre por mis venas, sin más compañía que billutería y un enterito fucsia. (otra vez, me voy por las ramas. Volvamos a la película; si no me autocensuro quién, digo yo.)


Antes de transformarse en “duros” de la pantalla, los actores Hugo Weaving (el malo de Matrix), Guy Pearce (Memento) y Terrence Stamp (La Amenaza Fantasma, Valkiria ) se pusieron en los zuecos de tres transformistas que, después de subirse a un bus enchulado que llaman Priscilla, cruzan el desierto para presentar su show al otro lado de Australia. Claro, arriba de Priscilla no importa que estén maquillados y llenos de lentejuelas; el problema es cuando se bajan del bus.
Frente a todos los prejuicios, insultos, escupos y ataques, ellos se mantienen dignos, porque están tan convencidos de lo que quieren ser, que nadie -menos una manga de cavernícolas- se los va impedir. (por cierto, los trajes y los números musicales son ex-tra-ordinarios)

Bendito el día en que estas estrellas se atrevieron a dejar su masculinidad en pausa; temo que ya no lo harían, menos después de estar expuestos al yugo de Hollywood. Pero esa osadía los llevó, a mi parecer,  a realizar las mejores actuaciones de su vida.
 
(¿Los reconoce?)

El  director Stephan Elliot llenó de hormonas y colores el desierto australiano, pero no para contar una graaan historia, con diálogos brillantes y planos secuencias ambiciosos; simplemente para dejarse llevar por sus instintos, abusando de la música de ABBA y Gloria Gaynor e instalando imágenes que lo conmueven sin miedo a ser recargado, extravagante o incluso manierista. Está claro que ver a un travesti vestido de fucsia y plumas, con humo rosado y cantando Puccini sobre un bus en movimiento no es pan de cada día. Pero ene este caso la fastuosidad es tan deliberada, que cruza el límite de lo chabacano y da paso a la genialidad.

Un límite que muchos hemos querido cruzar con dignidad...

Por si acaso, voy a pensar en un nombre artístico.



7 de septiembre de 2010

Placeres culpables: Me asusta, pero me gusta

El concepto “placer culpable” siempre ha despertado mis sospechas. Es una rótula tan confusa como arbitraria, que supone en sí misma una contradicción: anular el placer con la culpabilidad. Por qué, digo yo, darle tanta importancia a estos lujos inocentes, que no cambian el curso de la historia sino sólo ayudan a pasar un rato agradable y clandestino; en el caso del cine, tapada con un chal de polar y sin más compañía que algún placer dulce, y también culpable.

La paradoja está en que solitos nos pisamos la cola, porque luego de revelar nuestros bochornosos afectos los opacamos con explicaciones del tipo: “si es sólo para descansar la mente después de un día agotador” o “es la típica comedia tonta para relajarse”. Nadie nos pide explicaciones, pero insistimos en resguardarnos en frases que no hacen más que resaltar nuestra escondida culpabilidad.

Por eso, hoy propongo un acto liberador: nombrar sin miedo esas películas que SIEMPRE detienen nuestro zapping, activan nuestros lloriqueos más indignos, nos hacen repetir frases de memoria y rezar porque nadie ose interrumpirnos.

Parto yo.

El descanso. Que una chica igual a Cameron Díaz se escape de su mansión en LA a pasar penas de amor en una cabaña, en medio de la campiña inglesa con chimenea 2.0; que justo le toque la puerta un chico igual a Jude Law; que sea viudo, sensible, intelectual y exitoso, en busca de ser amado y una madre para sus dos encantadoras y no-mimadas hijas. ¿¡No será mucho!? ¡No será un insulto para la sensibilidad de la espectadora!? En cierta forma sí. Pero a veces es bueno que te falten el respeto.

Grease. Este placer culpable encierra otro: La música de Olivia Newton- John (lo dije y qué). Los “números” musicales con bailarines y sonidos que aparecen de la nada me producen cierto escozor, pero al mismo tiempo un deseo irrefrenable de bailar, cantar y correr por los prados con ellos. Dado que no he tenido la ocasión, me proyecto en Olivia, su traje negro al vacío y la cara de bobo de Travolta. Un clásico.


La Novicia Rebelde. Sí, la he visto más de una vez. Sí, me sé “do, a dear, a female dear”. Sí, repetí los diálogos frente la pantalla y todavía me acuerdo de algunos. Sí, pagaría 100 euros por un tour por las locaciones de la película en Salzburgo, cantando en un bus lleno de jubilados vestidos a la usanza y con cámara en mano… (ésta fue difícil…)

Mentiroso, mentiroso. A Jim Carrey lo quiero en todas. Con cara de nada en Eterno Resplandor , hiperventilado en todas sus otras películas, e insufrible en Mentiroso, mentiroso. Verlo incapacitado de mentir es presenciar la estupidez en su nivel más puro, lo que trae momentos soberbios, como cuando sale de un ascensor lleno de gente asfixiada con el olor de un “gas anónimo”, se da vuelta y confiesa“!Fui yo!”. GENIAL.


El Diablo se viste a la moda. Confesión: pocos momentos cinematográficos me producen más cosquillas en la panza que esos makeovers que transforman a una pajarita deslavada en una guapa de aquellas. Y Anne Hathaway la lleva en ese rol de heroína sufrida que al final se come a sus enemigas con zapatos y además se da el lujo de callar a Miranda (Meryl Streep) y su insufrible fruncimiento bucal…un triunfo que da gusto envidiar.


Hasta aquí llego; tampoco se trata de perder el glamour. Pero sí de rendir un homenaje a esas imágenes que son fuente inagotable de proyecciones y fantasías inconclusas, que a veces nos empujan a la envidia y la vergüenza pero que, ante todo, llenan de rosado nuestros días más grises.

13 de agosto de 2010

EXPIACIÓN: ¿Contigo pan y cebolla?

Conciente de mis “directas”, mi galán me regaló Expiación. Hace rato quería volverla a ver, porque siempre he creído que las segundas veces son mejores en la vida. Y tenía razón; diantres que me afectó el bendito film, y la ultra vista historia de amor entre la joven rica con conciencia social (Keira Knithley) y el jovenzuelo pobre pero honrado con conciencia social (James McAvory), que son zamarreados sin piedad por el destino, mientras otra mujer celosa los mira demasiado de cerca...

Así, a grandes rasgos, se podría definir como una girly movie, de esas que no escatiman en entradas musicales fanfarronas, frases ambiciosas y mareas que van y vienen sobre los pies descalzos de la damisela en desgracia…pero vamos, esa dinámica a todas nos suena familiar, y a TODAS nos gusta. La que diga que no, miente. (Mentirosas nomás).

No conforme con subyugar por completo a la hormona femenina, la película también le lleva algo para el varón. Porque detrás del vestido verde glorioso de Keira (que según fuentes cercanas, no se llena nada…) y de las escenas clichés del tipo “te miro impávido alejarte en el tranvía y cuando ya está bien lejos, me cae la teja y corro como si fuera a alcanzarlo, aunque sé que no corro tan rápido”, se va construyendo un postulado bastante más consistente: cómo la envidia, el orgullo y la altanería nos hacen fácil manipular la realidad a nuestro antojo, jugando con la “delgada línea roja” entre lo que se ve y lo que “se quiere ver”.

Pero claro, no estamos solos en este mundo cruel y a veces sale caro compartir esa obstinación…mejor quedarse callado nomás...

La intensidad del romance, al menos en el cine, se mide por suspiros y lágrimas derramadas. Y aquí Expiación gana por goleada. Se sabe que la inspiración llega a borbotones en los momentos tristes, esos que te dejan sin habla pero lleno de penas e injurias que inmortalizar. Viendo el resultado, infiero que el director (Joe Wright) lo ha pasado muy mal. O que tiene el lado femenino híper desarrollado, por lo que le sale fácil jugar con los sonidos a su antojo, lucirse con el tratamiento de los colores y las luces , hacernos valorar tanto la expresión de una actriz como el papel mural que la acompaña. O tal vez su valor radique en basarse en un libro de aquellos, y porque el escritor de aquellos (Ian McEwan) no se movió del set durante la filmación; no vaya a ser que se escapara una coma.

Engañosa la película ésta: aunque alguna vez lo creímos, nunca nos quiso contar un cuento de hadas; precisamente ahí radica su cercanía con el género humano de carne y hueso. Porque nadie le pidió al arte ser color de rosa.
Me gusta pensarla como una crítica al ego camuflada, un postulado disfrazado de romance que recuerda todas las penurias que las féminas nos habríamos ahorrado, de no ser por la existencia del príncipe azul y todas esas barbaridades (los perjuicios de Disney en la mujer es un tema que tocaremos en otra sesión…)


... Igual, todavía quiero comer pan y cebolla.






14 de julio de 2010

Heroínas del cine: Paula, yo y mi otro yo

Ayer volví a ver Volver (mi favorita de Almodóvar). Mientras envidiaba el coraje de Raimunda-Penélope y el vaivén de sus prominentes caderas (que, ojo, corresponden a cojines bajo la ropa, puestos como homenaje a las voluptuosas musas del cine italiano, Anna Magnani y Sofía Loren), me pregunté hasta qué punto admiro a las heroínas del cine por lo que ya soy, o por lo que hacen de mí. Dicho ejercicio mental, queridos cinefilors, es poco recomendable; no lo practiquen en casa. Sólo lo hago para ver si así me desenredo.

Partamos por Woody. Después de ver Annie Hall, me dio un poco de miedo; el papel que interpreta Diane Keaton, vestida de Diane y hablando como Diane, me hizo tanto sentido que a veces pensé que yo tenía poderes telepáticos y le estaba soplando lo que decía. Algo similar ocurre con Julie Delpy y todas sus interpretaciones (Antes y Después del amanecer y Dos días en París); creo que mis carcajadas de “identificación” en el cine erizaron a todos los espectadores que me rodeaban, y no asentían con cada hemorragia verbal de la anteojuda Julie.
En otra escala de revoluciones, la Scarlett de Perdidos en Tokio y su eterno puchero, me golpeó con eso de no saber qué hacer con la vida, tener al menos un minuto amargo al día y cero tolerancia a la flojera mental (me refiero al personaje de la actriz rubia tonta “amiga” de Keanu Reeves. Odiosa.)

Pero cuando la esquizofrenia se me disparó, fue con Clementine de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Sus repentinos cambios de ánimos y de pelo, sus exabruptos y esas ganas imperiosas de ponerle emoción a la vida. Desde ese día, Kate Winslet se transformó en mi actriz NOF (Number One Forever)
Mientras más se enredan ellas, más me desenredo yo. Pues entiendo que tanto en la pantalla como fuera de ésta, existen mujeres que nos complicamos para expresarnos y para quedarnos calladas; que siempre dudamos de lo que queremos aunque tengamos clarísimo lo que es y que creamos muchos castillos en el aire, los que, para nuestra suerte, no siempre se derrumban.
Al final de cuentas, todas estamos hechas de carne, hueso y cultura pop.


PD: Chicas y chicos, este espacio queda abierto: los invito a soltar el rollo y hablar de su Alter Ego cinematográfico. 

8 de julio de 2010

Departures (Fin de partida): Quiero ser japonesa

Al fin llegó a Chile Departures (2008). Me moría por recomendárselas, queridos cinefilors, pero no sabía hacia dónde guiar vuestros pasos, porque ni yo la volví a encontrar. Incluso pensé que sería una más de las joyitas del cine que se pierde al cruzar el charco…para nuestra suerte sobrevivió y llegó al otro lado del mundo, directo desde Japón y con un Oscar a Mejor Película Extranjera bajo el brazo.

Un buen día, mi galán la bajó de Internet. Después de verla me llamó (lo cito) “llorando como nena en camisón”. Podrán imaginarse, entonces, como lloré yo. Súmenle que estaba en un momento especialmente enrollado, empecinada en forzar el encuentro con aquello que, se supone, vine a hacer al mundo. En otras palabras, la mentada “vocación”.
Estos japoneses me dieron vuelta mi propia película, con la historia del “antihéroe” calladito y honrado, que se ve forzado a dar un giro en su vida. A primeras este cambio se vislumbra negro, incluso grotesco; pero luego lo lleva derechito al sentido que estaba esperando…
Ver cine oriental, como las clásicas de Kim Ki-duk (Hierro 3, Primavera, verano, otoño, invierno…y primavera, etc) o la grandiosa Con ánimo de amar, puede ser un ejercicio exasperante para los que le tememos un poco al silencio. Pero al entrar a su frecuencia, se hace tan cómoda que no quieres salir de ahí. Mientras la vida sorprendía al protagonista, fui sacando mis conclusiones: que a veces, lo macabro despliega toda su belleza oculta, y es ahí cuando nos quedamos boquiabiertos; que no hay que obstinarse en ganarle la partida a la vida, porque de todas formas hará lo que quiera con nosotros.
Si me pongo quisquillosa, le sacaría uno que otro momento meloso. Aunque el final es emotivo, creo que se sale de la línea sobria y sugerente que hasta entonces sostenía. Pero se lo perdono.

Ya niños, les invito una dosis de parsimonia oriental, que siempre hace falta. Y a llorar como nena en camisón.

PD: Sólo la están dando en Cinehoyts La Reina y El Biógrafo (Acá se llama Final de Partida). Sino, tendrán que esperar a que salga en DVD. Pero yo no esperaría...les dejo el trailer para que se entusiasmen

30 de junio de 2010

Toy Story 3: Soy infantil, y qué.

Difícil esto de conectarse con el lado infantil. Por lo menos, a mí me cuesta. Es como asumir  tu faceta pueril e inocente, lo que te baja unos cuantos peldaños en la escala psico- intelectual que a cierta edad, se supone hay que tener. Pero lo cierto es que todos somos un poco infantiles, y cuando se asume es bastante liberador…
Toy Story 3. Qué buena es, por dios. Los tipos de Pixar son genios. Precisamente, porque no tienen ningún pudor en sacar a relucir su lado más infantil. Y además, lucrar con eso.

Al principio me resistía a verla, por todo el rollo antes esbozado; pero oh señores, cuanta soberbia de mi parte. De partida, el casting es perfecto: un perro con el resorte medio vencido, Barbie Malibú, un Ken afeminado…!El señor y la señora cara de papa! Vaya galería de objetos de la nostalgia. Masticados y rallados por unos (mi hermano Nicolás los mordía tanto que le deformaba las cabezas), cuidados cuál pieza de colección por otros; pero siempre con exceso de cariño. Además, esto de que cobren vida y se pongan a tramar aventuras cuando dormimos, es algo que todos hemos imaginado, y no precisamente cuando niños. Igual que creer que los duendes tienen nuestras cosas perdidas…

Pero lo que más conmueve, es la lealtad absoluta de los juguetes hacia el niño de sus afectos. Andy es su razón de ser, porque es él quien determina su existencia. La secuencia que muestra la vida de Andy, y a Woody y su pandilla presentes en todos los hitos, es maestra. Cuento aparte es el corto que antecede a la película; sólo diré que merece toda su atención…

Cuando salí del cine, quizás por altanería u orgullo, me hice la indiferente. Pero hoy mientras escribo, se me desborda la emoción. Mejor ventilo esa caja que hace años guardé en la bodega.

PD: Dedicado a mi niño favorito.

18 de junio de 2010

La vida de los peces: Más lento que caminar en el agua...

¿Será posible que una película te guste mucho, pero te agote profundamente? La vida de los peces es el tercer largometraje que veo de Matías Bize y el que me pareció más atractivo en cuanto a arte, diálogos y contenido. Pero también en el que más he cabeceado.

Puede ser, cómo dice mi pololo, por el abuso de los primeros primerísimos planos, que te permiten contarle los poros a Santiago Cabrera. O quizás porque la casa dónde transcurre la historia parece hecha para perderse; nunca se sabe si los personajes ya pasaron por ahí, en qué piso están, en qué dirección van o siquiera si saben adónde van….sólo de acordarme, me cansé.

Después de un rato, empecé a entender la razón de mi agobio: era una sensación familiar…apuesto que han estado en un lugar donde sólo te importa alguien que también está ahí, pero que no te ve. Entonces, todos los demás se transforman en sombras o espejismos fútiles, por los que pasarías a través si pudieras. La cámara de Bize se mueve en esta nebulosa con total naturalidad, siguiendo el pulso del vagar de Andrés (Santiago Cabrera) así como su expresión abúlica y su angustia. Pero lo que él no sabe, y nosotros sí, es que Beatriz (Blanca Lewin) está en las mismas….


Llega un punto en que la nebulosa se confunde con hastío; pero ya no importa que el juego de luces, sombras y reflejos sea demasiado recurrente, el saber de antemano qué le responderá un personaje a otro o que unos peces lleven suficiente rato nadando en primer plano. Así nomás es el sentimiento que, creo, Bize trató de reflejar: meloso, recargado, intenso y agotador.

Mi pololo dice que la película parece una oda a Santiago Cabrera. Para no ser muy evidente, no le respondo que lo amerita. Pero él igual lo sabe.

De antología

Cinéfilos queridos, en la parte superior de la columna derecha se encuentra una nueva y breve sección: "De antología".  Aquí encontrarán una cita cinéfila cada semana; de seguro más de alguna les hará sentido.
Se reciben sugerencias!!!
PD: Y muchas, muchas gracias por su feedback, tan motivado y certero. Sniff !!!